domingo, 10 de febrero de 2013
Excursión a la aldea La Artejuela (Castellon) 09/02/2013
En el extremo septentrional del término de Arañuel, en la comarca del Alto Mijares, se halla la aldea de la Artejuela. Se trata de un asentamiento singular puesto que aunque llegó a deshabitarse con posterioridad fue objeto de repoblación y en la actualidad permanece habitado por un grupo de residentes.
La Artejuela se asienta a unos seiscientos metros de altitud, en un área de accidentado relieve de las vertientes del valle del Mijares, entre montes que alcanzan los novecientos metros. Ésta es una zona montañosa, de las más agrestes del territorio valenciano, surcada por profundos barrancos y con cortados rocosos, donde predomina el terreno forestal, omnipresente tras el notable abandono agrario. Tradicionalmente ha sido una zona poco poblada y de economía precaria, poco accesible y enfrentada a un notable aislamiento, donde la población afrontó la compleja explotación de sus recursos. Pequeños pueblos y algunas aldeas, masías dispersas en marchas de cultivo, son el modelo de hábitat tradicional. En relación con todo ello es uno de los territorios que ha sufrido la despoblación con mayor intensidad, un auténtico vaciado demográfico, cuyos efectos en la dinámica local son bien patentes en la actualidad.
Se halla la Artejuela en una empinada ladera orientada al mediodía, en la margen derecha del barranco homónimo, próxima a la confluencia de éste con el de Palos. El barranco de la Artejuela procede del vecino término de Zucaina, de una suave cañada que recorre antes de descender y salvar bruscamente un notable desnivel de origen tectónico a la altura de la aldea. Por su parte el barranco de Palos, curso de mayor relevancia, presenta un prolongado trazado desde su origen al sur del término de Cortes de Arenoso y los caudales que conduce, junto con los del de la Artejuela alcanzan el Mijares entre Arañuel y Montanejos. El caserío se extiende por la ladera, al pie de un morrón o espolón rocoso en la confluencia del barranco con el valle. Por su ubicación desde aquí se divisa, entre montes, el área que se extiende hacia el sur, con los altos de la sierra de Caudiel como referente en el horizonte.
En la selección de la ubicación de la Artejuela resultó determinante la hoya que configura la ladera de la montaña, una hondonada bien orientada al mediodía y resguardada del norte, susceptible, como así sucedió, de transformación en cultivo. Además la proximidad del elevado nivel de base del barranco antes de abrirse al valle permitió la derivación del escaso caudal, si bien la disponibilidad de agua estuvo directamente ligada a la presencia de un manantial junto a su cauce. Esta fuente ha permitido el aprovisionamiento de agua a los vecinos así como el riego de una amplia huerta, al menos en el contexto local, contigua a la aldea.
Pese a la compleja orografía de la zona y su relativo aislamiento la necesidad de nuevas tierras de cultivo impulsó la transformación agrícola de fincas en esta área y con ellas la instalación de población, con la consiguiente consolidación de la Artejuela durante los siglos XVIII y XIX. Los pobladores de la Artejuela, de las escasas masías de esta área y residentes temporales procedentes de los asentamientos mayores como el propio Arañuel o Montanejos, realizaron la costosa transformación de los fondos de valle y de buena parte de las laderas. Los residentes en la aldea centraron su actividad en la propia hoya donde se asienta, el área más próxima y apta, con el resultado de un complejo graderío de pequeños bancales que escalonan la ladera. Una parte de este espacio fue transformado en regadío a partir del caudal de la fuente mediante una acequia de derivación, una balsa de acumulación y la consiguiente red de distribución.
En el pasado al parecer fue predominante el cultivo del cereal, básico para la alimentación y más en un contexto de relevancia de la autosubsistencia, junto con el viñedo para consumo propio y comercialización de una parte del vino obtenido. En relación con este último pudo influir la situación del paraje en un área de transición climática, próxima a zonas no productoras de vino con las que comerciar. Además las fincas acogieron olivos para la necesaria producción de aceite y una amplia gama de frutales, así como de legumbres y en menor grado hortalizas para consumo de residentes. La disponibilidad de pastos y la proximidad a una vía pecuaria relevante favoreció la cría de ganado y de hecho la ganadería fue hasta el siglo XVIII actividad económica fundamental de este territorio. Por su parte, el monte, como en otros territorios de similares características, resultó decisivo como proveedor de leña, madera, caza, frutos, etc., así como fuente de jornales para los residentes en relación con determinadas tareas.
Según se recoge en el conocido Diccionario de Madoz, a mediados del siglo XIX en la Artejuela había viviendas para albergar a un centenar de personas. Al parecer el asentamiento alcanzó su máxima población con treinta y dos vecinos residentes en una quincena de casas y sus correspondientes anexos, por lo que pudo residir cerca del centenar de personas (Melchor Monserrat, Benedito i Nuez, Ferrer Castelló, 2001). La consolidación como núcleo de población impulsó la construcción de una serie de edificios públicos o para el servicio público, como la ermita, la fuente, dos lavaderos, el horno, la almazara e incluso la escuela. La despoblación, acelerada por la precaria economía, las difíciles condiciones de vida y el aislamiento, afectó a la aldea durante todo el siglo XX, sobretodo a partir de 1950. A mediados de la centuria aún residía en el lugar un grupo de personas, que realizaron reformas en algunas casas en las décadas de 1950 y 1960, mientras la fuente fue reformada en 1954. Pero los últimos habitantes se marcharon y la aldea quedó abandonada durante algunos años. Posteriormente, en un contexto de instalación de neorrurales en comunidades, en buena medida bajo influencia de modelos de vida alternativos y comunitarios, la Artejuela constituyó uno de los escasos focos del territorio valenciano escogidos por estos. En este caso el proceso se desarrolló sin una gestión unitaria, con llegada de personas de distintas procedencias y características, con diferentes planteamientos, lo que dificultó no solo la planificación de la actuación sino incluso la convivencia, de tal modo que la evolución se distanció de lo planteado en los inicios por los primeros emprendedores. A lo largo de más tres décadas, con desigual evolución y singulares características en relación con el entorno comarcal, se ha mantenido población residente hasta la actualidad.
La Artejuela consta de un núcleo principal de viviendas, extendido a una cota similar a lo largo de la ladera, prolongado hacia arriba en un sector de eras y pajares, este último ubicado en la parte alta y más expuesta al viento para favorecer el desarrollo de las tareas de la trilla del cereal. Es un asentamiento muy interesante puesto que mantiene muchos rasgos del urbanismo y la arquitectura tradicional de la zona, con numerosos detalles observables en las construcciones, mientras que en contraposición constituye todo un catálogo de intervenciones dispares realizadas con escasos medios y variados criterios. Mantiene su urbanismo en estrechas, pinas y tortuosas calles, entre edificios de dos o tres alturas, con rincones y replazas en su compleja adaptación a la topografía, con casas agrupadas en terrazas o niveles del terreno.
Un paseo por la Artejuela muestra las viejas casas con la clásica estructura de la zona en varias alturas, con la cuadra y anexos en planta baja, el espacio central de residencia en la primera y la sala para tratamiento y almacenamiento de alimentos en la cambra o última planta. Fruto de su inserción en el terreno algunas casas disponen de alguna estancia semisubterránea excavada aprovechando la orografía. Son edificios característicos de la arquitectura popular de nuestras tierras, construidos de mampostería, con forjados de madera y yeso, bajo cubiertas de teja, barro, cañizo y madera, con vanos distribuidos de forma irregular y alguna de cuyas paredes conserva una ligera capa de cal. Muchas casas muestran los huecos apaisados de la cambra en lo alto, característicos de los valles del Mijares, el Palancia o el Turia, y en algunas destacan elementos como balcones enrasados. Es posible observar ventanas, algún balcón de madera, los clásicos aleros de teja sobre losa de piedra, aleros de rasilla y teja pintada, etc. También es visible enlucido exterior de mortero de cemento o balcón con diseño de inspiración moderna muestra las últimas intervenciones de los viejos residentes.
En contraste con lo anterior, el recorrido permite observar la adaptación por parte de los repobladores de las viejas construcciones. En algunos casos estas obras, sobretodo en los últimos años, se han realizado con mayor inversión de recursos aunque en su mayor parte se trata de precarias actuaciones de reutilización de viejas construcciones. Se observa elementos muy dispares de mantenimiento parcial de una casa, de habilitación de terrazas o miradores, de reutilización de materiales tradicionales o modernos, de aplicación de llamativos colores, etc. Esta situación se hace extensiva también a los tendidos eléctricos, de agua corriente o de desagüe, que muestran cierta precariedad.
La visita permite observar las ruinas de la ermita o el horno, así como el amplio edificio que fue utilizado como escuela y que tras una completa rehabilitación acoge el local social. También merece destacar la vieja fuente a las afueras de la aldea, con un tramo de la acequia adaptado como sencillo lavadero. En la parte baja se halla el lavadero principal, que mantiene su estructura interna pese a estar desprovisto de la cubierta, contiguo a la balsa de riego de la huerta. Tanto este lavadero como la balsa están adosados a una construcción que albergó la almazara, cuyos restos se conservan en el interior.
Alrededor de la Artejuela puede observarse el paisaje agrícola tradicional, en avanzado estado de abandono a excepción de algún pequeño huerto o algún bancal de secano, como una muestra más del naufragio del área. Pese al abandono se observan los viejos bancales, con sus hormas de piedra, adaptados a la configuración del terreno, escalonados por la ladera. En los bancales predominan los olivos así como frutales diversos, entre ellos higueras, almendros, granados, etc. En los ribazos de la huerta destaca la presencia de almeces, que servían tanto para retener la tierra de cultivo como para obtener varas para diversos usos. Un viejo camino, senda, de acceso a la aldea, de trazado zigzagueante y tramos de firme empedrado, permite pasear entre los bancales y evocar el difícil tránsito por estas tierras en tiempos pasados. Alrededor de la mancha de cultivo, que se prolonga por el valle del barranco de Palos, el monte se enseñorea del territorio, le otorga la imagen y tonalidad preponderante, con el predominio del pinar, aunque están representadas otras formaciones como el carrascal o la vegetación de ribera.
Se accede a la Artejuela por la carretera CV-195, que enlaza Montanejos con Zucaina, y se halla a unos seis kilómetros de la primera de estas localidades, a la que puede llegarse desde la autovía A-23 a la altura de Jérica o bien por el complejo trazado de la CV-20 desde Onda y por el valle del Mijares. Desde la carretera CV-195 un camino sin pavimentar pero en buen estado para el tránsito de todo tipo de vehículos permite llegar al lugar en un breve recorrido.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)